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Sorprendentemente, el último año ha sido mucho más positivo para el inversor de lo que se vaticinó al principio.
El 2020 ha sido para el inversor mucho mejor de lo que hubiéramos podido pensar para un año con una recesión más rápida e intensa que durante la Gran Depresión, una economía global en hibernación tres meses y la mayor pandemia en cien años. Pero las acciones globales han proporcionado un 16,8% y los bonos un 9,7%. De hecho casi todos los activos han acabado en positivo. Así que ha sido una gran sorpresa. Eso sí, se ha dado gran dispersión entre sectores y regiones. Ahora es el momento de las lecciones aprendidas.
1. La ortodoxia económica no está grabada en piedra. Pasará algún tiempo antes de que los inversores comprendan los efectos de esta pandemia, pero está claro que ha transformado para siempre la política monetaria y fiscal. Efectivamente, los bancos centrales han abandonado la ortodoxia monetaria e instituciones como el Fondo Monetario Intencional (FMI) –devoto defensor de la disciplina fiscal– insta a los Gobiernos a gastar. En 2020 el estímulo fiscal de emergencia sumó el 14% del PIB mundial. Es revelador que incluso Alemania, con su reputación de restricción fiscal, ha aceptado que la austeridad no funciona y apoyado activamente la flexibilización de limitaciones presupuestarias de la UE, lo que ha allanado un plan de recuperación sin precedentes en Europa. Este gran aumento del gasto público viene acompañado del regreso del Gran Gobierno. Incluso EE.UU. y Reino Unido han rescatado industrias, con planes salariales y beneficios de desempleo extremadamente generosos. Será difícil revertir esas políticas y es probable que surja un nuevo contrato social, con mayor intervención estatal, mayor redistribución y mejora de derechos de los trabajadores.
2. Los bancos centrales disponen de más potencia de fuego de lo que creemos. A ello se añade que la metamorfosis de los bancos centrales ha seguido avanzando. La pandemia ha dado inicio a una era de flexibilización monetaria extrema e innovadora, con medidas radicales y cambio de prioridades. BCE y el Banco de Inglaterra, por ejemplo, buscan formas de incorporar los riesgos del cambio climático y tanto ellos como otros consideran monedas digitales oficiales para una transmisión más eficaz de la política monetaria. Hay que tener en cuenta que los bancos centrales tienen más potencia de fuego de lo que creemos. Han proporcionado 8,8 billones de dólares en estímulos en 2020, casi tres veces más que durante la Gran Crisis financiera mundial. Su actuación temprana y decisiva ha sido un punto de inflexión para los mercados financieros ante la perspectiva de devastación económica. La Reserva Federal inició el 23 de marzo un programa de compra directa de deuda empresarial, incluyendo la degradada como resultado de la pandemia, que marcó el fin del mercado bajista y un auge de emisión de deuda empresarial durante la recesión. Por su parte, el banco central de Australia se unió a Japón en una política pionera de control de la curva de rentabilidad a vencimiento de la deuda soberana, comprando tanta como fuese necesario. Es probable que le sigan otros bancos centrales, incluso la Reserva Federal. Tampoco se puede descartar el dinero helicóptero, enviado directamente a los hogares.
3. La profundidad de una recesión es menos importante que su duración. Ahora, con la mayoría de clases de activos en positivo en 2020, es fácil olvidar que casi todas las grandes economías experimentaron su recesión más pronunciada en un siglo, en el caso del Reino Unido, más de tres siglos. Los bloqueos llegaron a causar una contracción del PIB de hasta 30% anualizada. Pero desde entonces las economías han experimentado una notable recuperación en V, incluso a pesar de nuevas restricciones la segunda mitad del año. De hecho el PIB en EE.UU. apenas se habrá contraído un 3% en 2020, similar a recesiones anteriores. La recuperación de China ha sido aún más impresionante, con la actividad económica en casi todos los sectores por encima de niveles anteriores a la pandemia. La lección a aprender es que una recesión profunda, pero corta, es menos perjudicial para los mercados que una larga y que los desplomes causados por shocks exógenos a corto plazo, como catástrofes naturales, pueden ser menos problemáticos, siempre que haya apoyo de una combinación de adecuadas políticas económicas.
4. La UE avanza con las crisis. Una vez más, los que predijeron la perdición de la UE se equivocaron. A diferencia de crisis anteriores, Bruselas ha roto el precedente y puesto en marcha medidas fiscales que presagian mayor integración. Puso en marcha un plan de apoyo al desempleo a escala supranacional, SURE, así como el fondo de recuperación de Nueva Generación de 750.000 millones de euros con subvenciones y préstamos blandos a los Estados, centrados en la inversión verde, lo que es verdaderamente transformador. Ambos programas se financiarán con bonos emitidos por la UE, lo que convierte al bloque en uno de los mayores emisores de bonos de Europa. No reemplazará todavía a los bunds alemanes como referencia, pero supone un primer paso. Además, ningún otro miembro está siguiendo a Gran Bretaña en su salida. De hecho la renta variable de Europa puede sorprender este año, dada su atractiva valoración y fuerte representación de industrias cíclicas.
5. La inversión responsable no se puede ignorar. Durante la crisis los inversores retiraron una cantidad significativa de inversiones tradicionales, pero los fondos que incorporan factores ambientales, sociales y de gobernanza (ASG) vieron 265.000 millones de dólares de entradas netas a nivel mundial, cinco veces más que en 2019, según el Instituto de Finanzas Internacionales, y el total en este tipo de activos supera 1,3 billones de dólares. De hecho, el Covid-19 ha alertado a los Gobiernos de la necesidad de un esfuerzo coordinado global para hacer frente al cambio climático y la desigualdad social y económica. Ahora Europa, EE UU, bajo la Administración Biden, y China se han comprometido a objetivos de reducción de carbono más ambiciosos. Es parte de un cambio hacia el capitalismo responsable, priorizando criterios ambientales y sociales sobre beneficios por acción, una tendencia que ningún inversor puede ya permitirse ignorar.
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