Los activos alternativos son tan apreciados como los diamantes azules. Por desgracia, son igualmente difíciles de encontrar –de hecho, la mayoría de los que relucen en el universo de inversión son, en realidad, meras imitaciones.
Esto obedece a que, pese a sus aparentes cualidades distintivas, la mayoría de las inversiones que se etiquetan como “alternativas” suelen estar compuestas por unos activos subyacentes bastante comunes. La mayor parte de las veces sus únicas peculiaridades consisten en unas comisiones de gestión más elevadas y en una rentabilidad insuficiente para compensar las dificultades que plantean su compra y su venta.
Esto no debería sorprendernos. La mayor parte de los activos tienden a comportarse de la misma manera porque están influidos por los mismos fundamentales como, por ejemplo, los cambios de los tipos de interés y la inflación. Este es el motivo por el que hemos desechado la mayoría de los activos alternativos que hemos sometido a examen.
No obstante, que los activos auténticamente alternativos sean difíciles de encontrar no significa que no valga la pena buscarlos. Sobre todo en el momento actual, en el que la renta variable y la renta fija tienden a fluctuar en una banda más estrecha que en el pasado.
Mantener un grupo aparte de activos que sigan su propia trayectoria independiente es el tipo de diversificación que reduce la vulnerabilidad de los inversores ante las dinámicas macroeconómicas generales. Además, incluso en caso de falta de disponibilidad de activos alternativos puros, hallar otros que presenten la cantidad justa de similitudes con la renta fija y la renta variable también puede resultar útil –siempre y cuando su precio sea atractivo. Una habilidad clave en la asignación de activos es no pagar de más por la diversificación. Los activos caros son un lastre para la rentabilidad de las carteras, independientemente de si se mueven al unísono del conjunto del mercado o no.
Un análisis de los bienes raíces pone de manifiesto algunos de los problemas a los que se enfrentan los inversores a la hora de evaluar las inversiones alternativas. Los inmuebles se presentan de dos formas: los solares para construir y las edificaciones finales. Ser propietario de un solar es una situación similar a la de poseer acciones en una empresa de gran crecimiento con la esperanza de obtener rentabilidad en forma de plusvalías. Por su parte, el edificio terminado vendría a ser como un instrumento de deuda, con la diferencia principal de que sus cupones reciben el nombre de alquileres. Por lo tanto, no son activos alternativos en el sentido de que no son inmunes a las fuerzas que mueven habitualmente a la renta fija y la renta variable.
Sin embargo, esto no quiere decir que los bienes inmuebles no ofrezcan diversificación a los inversores. Pueden servir de protección ante la inflación y generan unos flujos de efectivo contractuales que no siempre están totalmente sincronizados con las clases de activos tradicionales.
El “private equity” es una clase de activos que se beneficia del hecho de que la deuda goza de ventajas fiscales. Es una inversión más apropiada para fondos comunes de capital institucional estables a largo plazo, como los “endowments” y los fondos soberanos, que pueden aprovecharse de la rentabilidad adicional disponible como contrapartida por el bloqueo del dinero durante períodos prolongados.
Por otra parte encontramos los activos de infraestructuras –como las autopistas de peaje, los aeropuertos o los proyectos hidroeléctricos. Sin embargo, dado que normalmente son contratos con el sector público, terminan imitando al mercado de deuda pública, aunque con menos liquidez y comisiones más elevadas. Tampoco ofrecen la posibilidad de obtener plusvalías comparables a las de la renta variable.
Muchos inversores se sienten atraídos por activos alternativos tales como las obras de arte, el vino, los sellos, los diamantes, los automóviles antiguos, etc. Pero, en realidad, estos son activos especulativos. La decisión de compra suele basarse en la expectativa de que alguien pagará un precio más alto en una fecha posterior por algo que no reviste un valor económico intrínseco obvio. Además suelen ser difíciles de gestionar. Vender una cartera de estos activos puede requerir muchos meses y un esfuerzo considerable –al mismo tiempo que se soportan grandes costes por su almacenamiento y seguro.
Los activos alternativos como las obras de arte, el vino, los sellos, los diamantes, los automóviles antiguos, etc. son, en realidad, activos especulativos.
En lo que respecta a las materias primas, no solo no las consideramos activos alternativos, sino que ni siquiera las consideramos activos a largo plazo. No existe evidencia alguna de que los precios de las materias primas aumenten con el paso del tiempo. De hecho, las mejoras tecnológicas –ya sean maquinarias más eficientes, procesos mejorados o transformaciones parecidas a la Revolución Verde de mediados del siglo XX cuando, gracias a la innovación científica y tecnológica, se disparó la productividad agrícola– por lo general han contribuido a que se produzcan tendencias bajistas de los precios de las materias primas a largo plazo.
Es más, las materias primas a menudo son pasivos. Pongamos como ejemplo el caso de la madera. No genera ningún ingreso, hay que pagar para almacenarla y asegurarla y, con el tiempo, se pudre. Los bosques, en cambio, sí son activos. Los inversores pueden elegir el ritmo al que se plantan y talan los árboles, así como la combinación de especies, ya sean de hoja caduca de crecimiento lento o de hoja perenne de crecimiento rápido.
No por sus características de materia prima, sino por su comportamiento como protomoneda. Cierto es que, al igual que otras materias primas, el oro no genera ingresos y ocasiona costes de almacenamiento y seguro. Pero no es un activo perecedero, no pierde su lustre y, a lo largo de la historia, ha servido como depósito de valor. Además, en una época en la que los rendimientos de los activos en general son exiguos o incluso negativos, la falta de generación de ingresos del oro deja de ser un demérito.
El oro revela su verdadero potencial cuando las personas comienzan a preocuparse por que los bancos centrales utilicen la máquina de imprimir billetes para devaluar las monedas, así como en tiempos de turbulencias políticas y de guerra. La gente lo compra como refugio. La intranquilidad que actualmente causan Corea del Norte, la errática presidencia de Trump y el crecimiento de los balances de los bancos centrales acentúan sus alicientes como inversión a largo plazo.
Algunos estudios han demostrado que también sirve como cobertura frente a la renta variable en condiciones normales del mercado.1 Es decir, que funciona como un diversificador de carteras.
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