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La automatización siempre ha supuesto una ventaja para la humanidad. Sin embargo, la humanidad siempre la ha temido. A pesar de ello, el llamado «techlash», término acuñado por el Economist para indicar las repercusiones de la ola de entusiasmo que se generó en torno a la Web y a las tecnologías, no es una novedad. Así lo afirma Carl Frey, académico de la Universidad de Oxford especializado en trabajo y tecnología. Según explica, esto ya pasó en el siglo XIX, cuando los ludistas destruyeron las máquinas introducidas en las fábricas. Tanto ahora como entonces, el aspecto central consiste en cómo ayudan las empresas y los Gobiernos a las personas a adaptarse a las innovaciones.
A día de hoy, a los trabajadores les preocupa que los puedan reemplazar por robots y programas de software sofisticados. La preocupación no se limita a los trabajadores de los centros de llamadas o a los empleados de banca y los trabajadores de supermercados, donde ya se están perdiendo puestos de trabajo desde hace unos años. Ni a los taxistas y camioneros, que ven venir un futuro marcado por los vehículos autónomos. También afecta a los abogados, a los analistas financieros y a los contables, cuyas habilidades reproducen y a menudo mejoran los sistemas de inteligencia artificial, que aprenden constantemente nuevas habilidades con la ayuda de ordenadores cada vez más potentes y rápidos.
Pero muchos de estos miedos no tienen razón de ser, apunta Frey. Según Frey, igual que la tecnología pasada nos permitió mejorar increíblemente, las innovaciones actuales también lo están haciendo: «Somos unas 30 veces más ricos que a principios de la Revolución Industrial», afirma. Si antes había personas que hacían el trabajo de los ricos, «ahora todos tenemos acceso a los electrodomésticos. La tecnología ha tenido un enorme impacto compensatorio».
A finales del siglo XIX, tres cuartas partes de la población se dedicaba a la agricultura y recibía un salario que le permitía poco más que sobrevivir. Desde entonces, este porcentaje se ha reducido a una de cada 50 personas y, no obstante, tenemos más alimentos a nuestra disposición, y a costes más bajos que nunca. Ahora, en lugar de en fríos campos embarrados y peligrosas minas de carbón, la mayoría de nosotros trabaja en oficinas climatizadas.
No obstante, la transición suele ser dolorosa. En 1850, Manchester era una gran ciudad industrial, pero muchos de sus trabajadores llevaban vidas brutales y degradadas. La urbanización masiva iba acompañada de enfermedades y contaminación. Por tanto, no es de extrañar que las obras de Friedrich Engels y Karl Marx surgieran de este contexto.
Y tampoco es de extrañar que, con frecuencia, la gente haya opuesto resistencia a esta transición. «Tanto los ordenadores como el vapor eran y siguen siendo factores desencadenantes de la tensión social: la desigualdad salarial ha aumentado a niveles nunca vistos desde la Revolución Industrial», observa Frey.
La última conmoción empezó en los años ochenta, cuando los ordenadores llegaron a ser lo bastante pequeños y económicos como para influir en el mercado laboral. A pesar de que la tecnología digital ha supuesto grandes ventajas para los consumidores y ha aumentado la productividad, no ha beneficiado a todo el mundo. La externalización de la contratación de puestos de trabajo y el uso de robots para la realización de tareas repetitivas poco cualificadas ha supuesto cuatro décadas consecutivas de caída de los salarios reales. Los trabajos poco cualificados dentro de la cadena de montaje, que eran un pilar para quienes abandonaban pronto los estudios, poco han tardado en ser sustituidos por máquinas.
Hasta ahora, los trabajadores de los sectores no comerciales —servicios como peluquerías y restaurantes— estaban protegidos por la globalización y el aumento de las exportaciones chinas. Pero, según Frey, también estos empezarán a sufrir los efectos negativos de la tecnología conforme la inteligencia artificial adquiera más potencia y difusión.
«La difusión del aprendizaje automático y de las máquinas que emplean la inteligencia artificial está cambiando las reglas del juego», afirma Frey. Google Translate y la invención de los vehículos autónomos ya nos están dando algunas pistas sobre las drásticas repercusiones futuras sobre algunos de estos trabajos especializados en el sector de los servicios. Y, si bien estas tecnologías aún son imperfectas, es importante recordar que cada revolución tecnológica empieza con una tecnología imperfecta. Los primeros motores de vapor se usaban simplemente para descargar material en las minas de carbón. Pero, cuando llegaron a ser más eficientes desde el punto de vista energético, se transformaron en auténticos motores de la Revolución Industrial.
«Hay 5 millones de cajeros en Estados Unidos cuyo puesto de trabajo está amenazado por Amazon Go. Hay hasta 3,5 millones de conductores de autobuses, taxistas y camioneros que se ven amenazados por los vehículos autónomos, y unos 2,2 millones de personas que trabajan en centros de llamadas cuyos trabajos peligran a causa del asistente de voz de Google», afirma Frey. «No existe ningún sector que no vaya a verse afectado en absoluto».
Evidentemente, no todos estos trabajos se automatizarán al mismo tiempo. La tecnología de vanguardia suele ser cara y las empresas tienden a demorar la financiación de nuevas inversiones y la retirada de equipos antiguos. Pero la historia demuestra que, cuando la gente percibe que la tecnología no le supone ninguna ventaja, se enfrenta a ella. Esto podría significar que los trabajadores podrían estar a favor de políticas propensas a introducir, por ejemplo, barreras normativas y fiscales, como la conocida tasa sobre los robots.
«Las empresas deben preocuparse de esto», afirma Frey. Y, efectivamente, algunas empresas están empezando a reaccionar. Amazon está invirtiendo en la recualificación de su mano de obra. En otros casos, se están desarrollando nuevos sistemas que permiten a la gente ser dueña de sus datos, quitando este poder a Google y Facebook.
Por tanto, la historia de la automatización es tanto una historia de progreso como de conflicto. Gracias a la Revolución Industrial, la humanidad disfruta de una vida más larga y más cómoda que hace 250 años. Y la revolución digital promete traer otros grandes progresos. Pero la transición nunca ha estado exenta de inconvenientes, ni lo estará ahora.
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