Cuando un Premio Nobel de Economía, una catedrática de finanzas de Harvard y un gurú de los mercados emergentes tienen la misma opinión negativa sobre las economías en desarrollo, cabría esperar que la comunidad inversora se pusiera en alerta y prestara atención. Al fin y al cabo, el hecho de que Paul Krugman, Carmen Reinhart y Mark Mobius unan sus intelectos es difícil de superar.
Pero los inversores han hecho mucho más que aguzar el oído. También han puesto tierra de por medio. A medida que el coro de voces vaticinadoras de una crisis de los mercados emergentes ha ido ganando intensidad, los bonos emitidos por los gobiernos y las empresas de las economías en desarrollo han acentuado su vertiginoso descenso. En lo que va de año, el índice JP Morgan GBI-EM de bonos emergentes en moneda local ha bajado en torno a un 5%1.
No obstante, no es la primera vez que los inversores se han enfrentado a advertencias funestas sobre una crisis crediticia y monetaria en los mercados emergentes. Ocurrió lo mismo durante el taper tantrum de 2013, cuando la Reserva Federal de EE.UU. anunció por primera vez su intención de ralentizar sus compras de bonos en el marco de su programa de relajación cuantitativa.
Los bajistas se equivocaron en aquella ocasión. Y ahora también se equivocan. Por varios motivos.
Los bajistas se equivocaron en aquella ocasión. Y ahora también se equivocan.
La mayor preocupación de los escépticos es el perjuicio que la subida de los tipos de interés en EE.UU. y la fortaleza del dólar –como consecuencia del endurecimiento de las condiciones monetarias por parte de la Fed– podría causar a las finanzas de las naciones emergentes.
Muchos países en desarrollo dependen de la inversión extranjera para financiar sus persistentemente elevados déficits por cuenta corriente. Cuando suben los tipos y el dólar estadounidenses, estas economías tienen más dificultades para hacer frente al servicio de su deuda, así como para impedir que los inversores internacionales se lleven el capital a otra parte.
La inflación también puede ser un quebradero de cabeza. Al aumentar el coste de las importaciones, un dólar más fuerte suele generar presiones inflacionistas, complicando la situación para los bancos centrales.
Las ventas masivas de este año en el peso argentino y la lira turca –países con algunos de los déficits por cuenta corriente más elevados de los mercados emergentes– confirman los temores de los más agoreros. Desde principios de 2018, el peso y la lira han cedido un 32% y un 21% respectivamente2.
Para agravar aún más la situación, según los pesimistas, la situación financiera de las empresas apenas ha mejorado. Desde que EE.UU. abrió los grifos monetarios en 2009, las empresas de los países emergentes han aprovechado al máximo los bajos tipos de interés, aumentando su endeudamiento en porcentaje del PIB desde aproximadamente un 80% en 2013 hasta un 101% a principios de 2018.
Teniendo en cuenta que el grueso de dichos préstamos y bonos está denominado en USD, el endurecimiento de la política monetaria por parte de la Fed también amenaza con dificultar que el sector privado atienda el pago de sus deudas.